No me gustan los toros, me gustan los toreros…

Por: Sara Font

Esta es un artículo que rechazaron publicar en una revista online más o menos conocida. Así que lo publico aquí, que a mí me hace mucha gracia, oiga.

Por lo general, lo de los tíos con uniforme no es algo que me atraiga especialmente (a no ser que sea un bombero con el torso desnudo, musculado, con el vello justo y necesario, sudoroso y que venga a rescatarme del incendio que he ocasionado friendo un huevo frito).

Pero últimamente, en las ocasiones que he tenido de ojear la Hola o la Pronto: en la sala de espera del ginecólogo, en la peluquería… (y una vez que las compré, vale, pero es que salían en la portada la Reina de Inglaterra y Letizia Ortiz y eso es un mix muy potente al que es imposible resistirse). A lo que iba, que últimamente en el rato del cotilleo he descubierto algo que debe ser que tenía mu’ adentro y ha decidido salir: me ponen los trajes de luces. Ya está, ya lo he dicho. Bueno, a lo mejor no es exactamente eso… porque yo a Jesulín no lo tocaba ni con un puntero láser (ni aunque me cantara el toa’ toa’ al oído). Pero no sé, hay algo ahí que me tiene loca…

Así que he elaborado una lista de motivos a favor del traje de torero, para tener argumentos con los que rebatir a mi psiquiatra:

Por su inestimable ayuda a nuestra imaginación.

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Su perfecta adaptación al medio es innegable. Y si el medio es Cayetano Rivera pa’ qué te digo más.

Los colores vivos.

Esto es un defecto de fábrica personal. Soy valenciana y a los valencianos nos van los colorcitos y los ruidos fuertes. Eso siempre ha sido así y siempre lo será.

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 Porque parece ‘carca’, pero en realidad es transgresor.

Nada más que añadir, señoría.

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¿He mencionado ya a Cayetano Rivera?

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José María Manzanares también es un motivo de peso.

Un peso muy bien distribuido.

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 Lo lleva Madonna.

¿Y quiénes somos nosotros para decir que algo de lo que hace Madonna no mola? Eh, ¿quiénes?

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Y Sarah Jessica Parker…

Sarah Jessica Parker también.

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Y Chimo Bayo

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Francisco Alegre llevaba un te quiero, bordado entre suspiros, en él.

Esta razón es así como muy gratis, pero si no la ponía reventaba.

Nos guste o no, forma parte de nuestra historia.

Y estas cosas hay que tomárselas con humor.

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Porque lo mejor que puedes hacer en esta vida es ‘ponerte el mundo por montera’.

Y que le den por culo a lo demás.

Pedro Pablo y Agustín: los tipos que viven en la boca de este señor.

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Por: Sara Font

Los pisos están mu’ caros y cuando Pedro Pablo y Agustín, ex testigos de Jehová, se casaron, lo tuvieron muy claro, querían seguir viviendo con los dos riñones. Así que buscaron otros modalidades de vivienda que pudieran adaptarse a sus necesidades.

El rollo homeless tampoco les iba demasiado, sobre todo después de la primera noche en que se enzarzaron en una pelea infernal con una bandada (o banda, que son muy peligrosas) de palomas por un bocadillo de chorizo. Y dormir hacinados en una habitación con 12349509090’6 de literas con ronquidos desconocidos ya les hizo plantarse.

Andaban cabizbajos cuando, de pronto, apareció él… Llevaba un cartel de “Se alquila” en la boca y lucía espacioso y luminoso. Casi les pareció que oían un coro de ángeles celestiales a su espalda. Estaban empezando a correr a cámara lenta hacia él cuando algo se interpuso en su camino.

-Hola, soy Luis, agente bucobiliario. ¿En qué puedo ayudarles?

-Hola, yo soy Pedro Pablo y él es Agustín, mi marido. Y usted no puede ayudarnos en nada. A no ser que tenga usted una boca habitable a buen precio, y por lo que le he visto, tiene usted unas cuantas caries. ¿Le importaría dejarnos pasar, si es tan amable?

-Podría ofrecerles algunas bocas a buen precio. Díganme cómo les gustan: ¿grandes, pequeñas, carnosas, de mandíbula prominente hacia fuera? Esas tienen un suplemento extra, por las vistas.

-Hemos visto ya una que nos interesa y si no nos damos prisa vamos a perderla. Discúlpenos.

-¿Esa que acaba de pasar? Olvídense, no podrán pagarla, además tendrían que invertir mucho dinero en su mantenimiento, necesitarán un buen barbero que mantenga bien a raya la barba.

-¡Las barbas están de moda!- exclamó Agustín (como buen amante de las revistas masculinas, metrosexual y fofisano) señalando con furia al molesto bucobiliario.

Y hecho esto, lo estranguló con sus propias manos antes de dispararle 4 o 5 tiros a lo Tupac. Y con toda la razón del mundo. El agente bucobiliario murió en el acto…

(Vaaaale, vaaaale, ha sido una solución muy fácil, pero vosotros estábais tan hartos como yo de él y todos sabemos que es la única forma de librarse de ellos. Seguimos).

Pedro Pablo y Agustín echaron a correr tras la boquita que anhelaban. Anduvieron buscando un buen rato, pero no la encontraron.

Totalmente decaídos ante la idea de tener que volver a la habitación de las 12349509090’6 literas, se abrazaron y lloraron. Lloraron mucho, cayendo en un drama exagerado, hasta que… ¡oh, milaaaagro! Agustín, todavía abrazado a su cónyuge, lo vio a través de la cristalera de un supermercado. ¡Y estaba comprando dentífricos! Era maravilloso. La clase de boca que 9 de cada 10 dentistas recomendarían. E iba a ser suya.

Ahora sí, Agustín agarró la mano de Pedro Pablo y corrieron a cámara lenta hasta el interior del local. Y por fin, allí se encontraban, frente a él, el hombre al que se disponían a habitar.

-Buenas tardes, mi nombre es Pedro Pablo y este es mi marido, Agustín. Estamos interesados en vivir en su boca. ¿Podría usted decirnos a cuánto sería el alquiler?

-Su barba de tres días es fantástica- peloteó Agustín.

-Ummm, pues ahora mismo la alquilo por 500 euros al mes, ya saben, la pasta de dientes está carísima. ¿La querrían para entrar a vivir ya mismo? Tengo visita con el dentista en un par de días y preferiría llevarla sin habitantes para entonces.

-Podríamos esperar, no hay problema. ¿Usa usted cepillo eléctrico? Las vibraciones me producen mucho mareo.

-No, no, descuide, uso un cepillo de cerdas normal de Hacendado. Dureza media.

-Perfecto pues. Además, tiene usted una cavidad bucal estupenda, se nota que llevó aparato de adolescente, ¿me equivoco?

-No, ha acertado usted de lleno. Pues si estamos de acuerdo firmamos el contrato mañana mismo, ¿les parece?

-No hay nada que deseemos más… Bueno, sólo que usted aborrezca el ajo.

Tanatopraxia o el tío que pudo maquillar a tu abuelo en su funeral.

Por: Sara Font

Artículo publicado en la revista VICE España.

Fotografías cortesía de Miguel Ángel Prieto.

(Este es el original. Sin cambios posteriores)

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Siento ser yo quien te diga esto, pero algún día morirás. Es así. Gente como IKEA y Mercadona intentan hacernos escapar de la horrible idea de la muerte. Pero está ahí, cuanto antes lo aceptes mejor. Y a no ser que dones tu cuerpo a la ciencia y acabes a merced de un montón de estudiantes de medicina, querrás que -cuando La Parca te haga “match” en el Tinder de la vida- el resto de gente que todavía sigue por aquí trate tu cuerpo con un mínimo de respeto.

“¿Y qué demonios hacen con mi cuerpo, cuando ya la he diñado, para que yo pueda to’ reshulon al otro barrio?” Te preguntarás, oh, curioso lector (y si no me la pela, porque te lo voy a contar igual).

Lo explicaré con un ejemplo: Alfonsito, cadáver X que nunca se planteó ser un cadáver. Pasó su vida viendo partidos de fútbol y bebiendo Cruzcampo, pero su turno llegó de todas formas (eso le pasa por beber Cruzcampo). La gente que lo quiso, por más que le hubiera gustado, no podía dejar que Alfonsito siguiera en su sofá ergonómico (pagado a plazos) el resto de su vida, o mejor dicho, el resto de su inminente descomposición. Y, obviamente, no iban a despacharlo de cualquier manera. Por ese motivo, decidieron llamarlos a ellos: los funerarios (no sé porque justo aquí me viene a la mente la banda sonora de Los Cazafantasmas).
Para quien no esté familiarizado con el término, los funerarios son esos señores vestidos de traje que se encargan de enterrar a tus seres queridos. Así a grandes rasgos. La gente se cree que son raros, pero sólo es su trabajo, y te guste o no, es necesario. Además, Creo que hay curros peores, mamporrero, por ejemplo. O ser profesor de inglés de Los Chunguitos.

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Parece que las profesiones que tratan directamente con la muerte son todavía bastante tabú dentro de la sociedad y quedan relegadas al sector de los “raritos”, gente a la que imaginas tocándote el pelo mientras duermes. Pero nada más lejos de la realidad. Los que tratan con muertos se hacinan contigo en el metro y toman cañas en la mesa de al lado. Quizá estén ahora mismo detrás tuyo mirándote fijamente… Es bromi.
Creo que el impacto es más fuerte cuando encima el sujeto en cuestión te comenta que se dedica a la tanatopraxia. ¿Tanato- qué? Tanatopraxia. Espera, que te copio de Wikipedia:

“Conjunto de prácticas que se realizan sobre un cadáver desarrollando y aplicando métodos tanto para su higienización, conservación, embalsamamiento, restauración, reconstrucción y cuidado estético como para el soporte de presentación”

Algunos tanatopractores con los que he tratado intentan no comentar demasiado a qué se dedican, ya que el aluvión de preguntas posterior es interminable. A otros, sin embargo, les encanta hablar de su trabajo e incluso se identifican como artistas (¿por qué no?). También se quejan de machismo, instrusismo… pero eso es otro cantar.

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Estábamos hablando de Alfonsito nuestro “finado” (así se refieren ellos a los cadáveres. Te lo juro, tía) y de qué va a pasar ahora con sus restos. Normalmente, esto es lo que ocurriría:

1- Una vez transportado el cuerpo y depositado sobre una camilla metálica (tiene que estar fría de cojones, pero no creo que eso le importe demasiado ya) se procede a su limpieza y desinfección.

2- Después de este proceso los siguientes pasos pueden variar mucho dependiendo del tipo de muerte que haya sufrido el cuerpo. Pongamos que Alfonsito ha tenido un tipo de muerte estándar, era un señor mayor, ha muerto mientras dormía plácidamente soñando con Sofía Loren y no se le ha practicado la autopsia. En ese caso, no habría que aplicarle ningún procedimiento “extra”. Sin embargo, si Alfonsito hubiera sufrido alguna enfermedad que hubiera dejado marcas, algún tipo de accidente con heridas, etc., habría que reconstruir las zonas afectadas. Generalmente usan látex para eso. Otras veces hay que usar materiales especiales para conservar el cuerpo varios días o hacer una aspiración de gases y líquidos abdominales. Cada cadáver es un mundo.

3- A Alfonsito, al ser hombre, probablemente se le afeite. Aunque si en vida le gustaba llevar barba de leñador, se saltarán este paso. La idea es que el Alfonsito muerto se parezca lo más posible al Alfonsito vivo.

4- Otro paso importante es la sutura de la boca, para que aguante cerrada. Se aplican unas técnicas y utensilios específicos para tal fin. También hay que taponar las fosas nasales y otros orificios como la tráquea con algodón hidrófugo. Además, para los ojos se usan los llamados cubre-ojos, una especie de lentillas con “pinchitos” que los mantienen cerrados. Puede parecer desagradable, pero no creo que a nadie le apetezca que la Tía Eulalia se “despierte” en mitad del velatorio.

5- Después de todo esto, se procede a vestirlo. Normalmente son los familiares los que eligen el atuendo para el funeral. Todo bien a no ser que tengas unas familiares cabrones que quieran ponerte un traje de faralaes para echarse unas risas post mortem, que hay de todo en la viña del señor.

6- Tras vestirlo, se le “acicala” un poco, se le peina, se disimulan ojeras… y en el caso de las mujeres, se les suele pintar las uñas.

7- Y por último, el maquillaje. A Alfonsito se le dará un maquillaje “light”, buscando un aspecto lo más natural posible (un briconsejo: el maquillaje de teatro aguanta mejor las temperaturas a las que se enfrentan los cadáveres). ¡Y voilà! Alfonsito está listo para ser despedido con dignidad.

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Es curioso que incluso después de muertos se juegue con la ilusión de aparentar vida, como si simplemente la persona (o lo que queda de ella) que está detrás del cristal en el tanatorio estuviera echándose una siesta.
Todos los que se dedican a este profesión coinciden en que darle un aspecto lo más “vital” y relajado posible a un difunto ayuda a la familia en el proceso de duelo, ya que la última imagen que tendrán de su ser querido será lo más parecida a la que tenían de él en vida.
Seguramente tengan razón, si no, obviamente, no se haría de ese modo. Aunque a mí el momento “escaparate de El Corte Inglés” no me va mucho. Pero es solo mi opinión.

Después de todo el rollo y de esta reflexión tan intensita, quizá sigas pensando: Sí, sí, muy necesario todo, pero ¿cómo una persona que trata con muertos de forma habitual luego se va a casa y cena tranquilamente? Pues del mismo modo en el que tú le lames el culo a tu jefe todos los días y luego te lavas los dientes antes de acostarte. Además, amigos, alguien tiene que hacerlo, ¿no?

Aún así, si después de leer esto todavía prefieres seguir manteniendo las distancias con la gente cuyo trabajo gira en torno a la muerte, no importa, por lo menos una vez en la vida (aunque no sé si realmente ese es el término adecuado) tendrás que tratar con alguno de ellos.